domingo, 10 de octubre de 2010

Mi Último Melodrama

Es tarde. Hay luna y estrellas y mucha noche. Hay dos murciélagos y una sabandija de colores, pero como está oscuro, los colores de la sabandija no se pueden ver. Hay algo más en un rincón del jardín, pero pertenece a otra historia, no a esta, así que es como si no existiera. En cambio ella sí le pertenece a esta historia. Ella, la que acecha acuclillada en la rama más alta del cerezo. Ella sí existe, como el cerezo, como la noche, como los dos murciélagos. Ella sí nos pertenece. Ella, a ti y a mí, lector (en este momento más a ti que a mí). Ella viste de negro, como los ninjas. Ella tiene el pelo recogido en un moño de asesina. Ella solo tiene los ojos libres de telas, porque es lo único que los ninjas se dejan ver. Ella tiene su ninjato (la espada de los ninjas) metida en la faja que le ajusta la cintura. Ella es una muy buena ninja con piernas de loto blanco que mira atentamente la única ventana iluminada de la casa. Una casa grande. La casa de un hombre que ha vivido una vida holgada: yo. ¿Por qué una ninja acecha fuera de mi casa con ojos rabiosos de mujer? Primero, porque antes de ser ninja ella fue mujer. Segundo, porque yo soy el causante de su rabia. Yo, un escritor de melodramas. Ella acaba de saltar desde la rama del cerezo hasta el tejado de un cobertizo. Corre rápido, sin hacer ruido, y escala una pared como lo haría mi gato. Luego espera. Espera porque en este momento estoy en la ventana (te preguntarás, lector, cómo puedo estar en la ventana si estoy escribiendo estas palabras, pero le dejo la solución de este ingenuo enigma a tu imaginación), y como estoy en la ventana, estoy mirando hacia afuera. Me gusta el aire de la noche. Me gusta más que el té. Me gusta abrir la boca y dejar que me alise la garganta. Dos sorbos de aire y me alejo de la ventana para continuar con esta historia. Tomo el pincel, lo humedezco y escribo estas palabras sobre el papel más costoso que existe en el Oriente. Por supuesto que lo hago en otro idioma, pero esto no viene al caso. ¿Sabes por qué? Porque ella se ha movido al ver que yo me he alejado de la ventana. Ella, que tanto me odia. No la culpo. De hecho, así deseé que fuera. Yo instalé ese odio en su corazón como una mano instala un tatuaje en la piel. Lo hice al asesinar a su amor. Ya te había dicho, lector, que ella fue mujer antes que ninja, y el amor de una mujer que además es ninja sobrepasa tu banal entendimiento del alma humana, así que no voy a tratar de explicártelo. ¿Cómo asesiné a su amor? Fácil, simplemente decidí que sería mucho más interesante matar al protagonista de mi última novela antes del final. Él era su amante (un hombre mucho más apuesto que yo, debo confesar). Logré mucho éxito con esa novela. A la gente le gustan esas cosas. Melodramas. A mí también. Pero a ella no le gustó tanto que yo hubiera matado a su amor. Por eso está afuera de mi ventana, con la mano derecha apretando el mango de su ninjato, dispuesta a cortarme la cabeza de un tajo… O tal vez no. Tal vez sea mejor escribirme otra muerte. Una más lenta. Un destripamiento… Puede ser. Total, soy yo quién decide qué es y qué no es en este pedazo de papel que es el universo en el que ella, dos murciélagos y una sabandija habitan. Puedo escuchar su respiración. Es casi imperceptible. Si te esfuerzas, tú también podrás escucharla. ¡Oh, qué dulce mujer! Desearía cambiarlo todo en el último momento; que me vea a los ojos y decida amarme. Pero esta no es una noche que admita un final feliz. Aunque no voy a negarte, lector, que en este instante me encantaría escribir que ella me abraza con sus piernas de loto blanco y me ofrece de beber un trago de su polen secreto. Pero no. Ella, en cambio, saca su lengua del color de las fresas maduras y se relame los labios. Es una manía que no le he podido quitar. Siempre lo hace antes de una muerte. Todo está tan silencioso. Solo se escuchan el sonido de mi pluma sobre el papel, su respiración y el latido de nuestros corazones. El suyo late más rápido de lo habitual. Es lógico, hoy matará por odio. Jamás comprenderá que en realidad ella es el instrumento con el cual pretendo darle fin a una vida frívola y viciosa. Jamás comprenderá que al matar a su amante en la cima del Monte Hon Shi comencé a redactar mi suicidio. La escucho saltar a través de la ventana. La escucho moverse rauda hacia mí. Debo despedirme, lector. Espero que leas más a menudo. ¡Oh, qué ardiente es el acero contra la carne desnuda! …

miércoles, 9 de junio de 2010

La Venia Obligada

Una de las principales aficiones del hombre, cuando se pasea por las calles, es la de observar traseros femeninos. Tal parece que, en la mayoría de los casos, existe un secreto vínculo entre los traseros y los ojos. Un vínculo nervioso e invisible (quizá se deba al hecho de que antes la vagina y el orto lindaban más que en la actualidad, quiero decir, la pose del misionero nos hizo mirarnos de tu a tu y la vagina se fue desplazando). En la calle se observan traseros de todo tipo: espigados, obesos, rítmicos, abollonados, etc. Si se es ocioso, se podría llegar a calificar a los traseros con falsos latinazgos: gluteus caidus, nalgaciius femine abultatis, maximus pompus, asteriscos morenus, o cualquier otra ocurrencia. Lo traseros femeninos son, en suma, una predilección del ojo masculino, o, en otras palabras, el destino obligado de la mirada de un macho. Incluso hay quienes se han visto obligados a trascender las posibilidades de sus músculos del cuello, al mejor estilo de El Exorcista, ante un trasero que convoca no solo ojos sino húmedos ensueños: un trasero puede hacerle perder al hombre el control de su vehículo; un trasero puede generar un alegato inaguantable si el hombre, animal casado, no se ha adiestrado en el arte del disimulo, mientras camina junto a su querida, quien, en la mayoría de los casos, posee un trasero a punto de rozarle los talones; un trasero puede ocasionarle la muerte a mano armada a un hombre si le pertenece a una de esas mujeres que a su vez le pertenecen a un prototipo de macho demasiado abundante para mi gusto: el traqetus vulgaris; un trasero puede ser juvenil y estar velado solo por esas faldas colegialas de a cuadros, que se han convertido en utilería obligada en las películas porno; o puede ser maduro, como una fruta, y su cáscara puede ser de lino: una turgente cáscara que recubre el objeto de nuestro apetito; o puede estar semi-descubierto, dejando en evidencia la famosa "alcancía" o bien un retacito de tanga, que promete ser bastante pequeña, sin encaje, recubriendo tímidamente el Monte d' Felpa. Además, existe una prenda eminente que recubre a lo traseros y los transforma, de inmediato, en objeto de múltiples miradas: el jean, sobre todo el que carece de bolsillos, y que funciona como una especie de máquina de ampliación que homologa al trasero según los criterios estéticos de los diseñadores del momento. En la actualidad, el trasero goza de un sin fin de aditamentos que le proporcionan a la mujer la tan deseada sensación de seguridad (aunque sea falsa, que la verdad hoy por hoy solo le importa a los idealistas y los idealistas ni siquiera a H. Bloom le importan), como si no solo los ojos y los traseros estuvieran ligados, sino también los traseros y el ánimo, como quien dice: traseros arriba, ánimo arriba. Existen traseros parcialmente peludos, surcados por estrías, granosos, venosos o arrugados, que al ser sometidos al tacto ofrecen distinciones mucho más elaboradas: por ejemplo, un trasero puede ser granoso, pero si ha sido usado en un MIO durante una hora pico, puede estar caliente; en cambio, si acaba de salir de la ducha, puede estar frío (y tenso, con los poros cerrados y la piel hirsuta). En general, es extraño que esa porción carnosa de la anatomía femenina, asociada con las jeringas, las hemorroides y la mierda, enloquezca tan a menudo al hombre, quien, entre otras cosas, siempre se ha considerado a sí mismo como un animal de mirada más elevada. Pero ya ven ustedes, solo hace falta un trasero, o su visual insinuación, para hacernos agachar la cabeza.

domingo, 16 de mayo de 2010

Duende del Asfalto

Ten cuidado cuando camines por este gris boulevard,
Que aquí las noches no son ensueño,
Son pesadilla,
Son aguardiente adulterado que enceguece la moral:
En las aceras fieras con hambre;
En los andenes niños sin carne;
En las callejas la dama grita
Porque un travesti
El cliente le quitó.
Y por el andén,
Que en la mañana abre sus puertas de cristal y oropel,
Camina el duende,
El Duende del Asfalto,
Mira sus pies,
Sus pantalones hieden a mierda, orina y sudores,
Y por camisa lleva un jergón que algún gran señor
Sin pena desechó.
El Duende del Asfalto,
Que tiene camas en cada parque,
Que tiene baños en los estanques,
Que tiene techos en cada puente,
Que arrastra un saco de sueños rotos
Que alguna vez soñó,
Cuando sus días no eran inciertos
Ni las miradas de todo el mundo lo maldecían
Por su condición.
El Duende del Asfalto,
Que estira siempre su brazo flaco,
Que se graduó de una maestría llamada Hambre
Y el doctorado lo recibió en Necesidad.
El Duende del Asfalto,
Míralo bien,
Que también es hombre,
Niño o mujer.
Que también grita cuando le pegan,
Que también sufre cuando lo hieren,
Que a lo mejor hasta ha olvidado lo que es un beso.
Míralo bien,
Que tiene un nombre que dijo un padre,
Que fue parido por una madre,
Que tiene carne, huesos y piel.
Que tiene un dios en alguna parte,
Que tiene fe
En que algún día
El mundo no lo escupa,
Ni lo patee,
Ni lo maldiga,
Ni lo condene.
Míralo bien,
Puedo ser yo.
Míralo bien.
El Duende del Asfalto,
Que hace un festín con lo que desprecio,
Que en la basura rebusca el oro que es el pan,
Que se pasea por este bosque llamado ciudad
Huyendo del desprecio,
Huyendo de un pasado,
Huyendo de sí mismo.
Que a lo mejor ha nacido rico,
Que a lo mejor encontró desquicio
En la Esquina del Vicio…
El Duende del Asfalto,
A quien también la lluvia lo moja,
Y quien también vive la congoja de haber nacido
En un mundo con silicona en el pecho.
El Duende del Asfalto,
Míralo bien,
Que viene y va,
Míralo bien.

jueves, 29 de abril de 2010

Corro

Corro,
No huyo,
Corro.
Tras de mí no hay sombra,
Es mediodía.
El humo abunda.
Los tubos de escape eructan niños abortados.
Las llantas patinan en el calor del asfalto tropical.
Hay pitos y gritos y manos en timones;
Anillos de compromiso en esas manos…
Hay buses y taxis y vendedores de minutos,
De Bon-Ice,
Quienes,
Disfrazados como payasos del Milenio,
Repiten “Bon-Ice” como si fuera el nombre de Dios,
Y ellos los adoradores,
Y Bon-Ice la salmodia que los hará libres del hambre, la guerra y la muerte.
Y en la acera hay maletines, navajas, candados,
Llaves que no abren puertas,
Puertas sin llave ni cerrojo,
Mercancía china que llega a todas partes,
Que en cada casa está,
Que dura menos que el amor adolescente.
Yo esquivo y corro.
Hay tantos vendedores como llagas en la piel del leproso.
En la esquina,
La carne de cerdo baila Salsa sobre el asador.
El chunchulo aúlla, la morcilla hiede.
La saliva hierve en la acera,
Junto a la mierda del perro anónimo,
Junto a los pies del indígena de cinco años,
Quien,
Huérfano,
Ríe de hambre, de mugre, de piojos.
Sus piojos tienen sed porque la sangre escasea
En su carne de indio americano.
Un zapato de mil dólares pisa mierda de perro.
Una oreja con aretes de plata cree escuchar la canción
Que el iPod vomita.
Tetas de silicio y culos de pasos agigantados.
Pantalones que llegan a las rodillas.
Gatos que miran si parpadear cómo la anciana
Da tres vueltas en el aire
Y cae muerta junto al MIO
Y todos hacen corro
Y Nadie mira a Nadie,
Y Nadie está con Alguien,
Solos todo,
En corro,
Corren.
Corro.

martes, 27 de abril de 2010

Desvío en la 93

Iba en mi sedán,
volando a 120,
las luces y la lluvia
y sus reflejos dementes
chocaban contra el vidrio,
todo era un martirio,
tenía una urgencia
parecida un delirio...

...de volverte a ver,
a ti,
pequeña de ojos cafés,

...de volverte a ver,
a ti,
mujer que deshizo mi fe,

Un semáforo en rojo
me detuvo en la avenida.
Un viejo desdentado
llego y dijo: su mercé,
sálveme la vida.
Pero todo era una trampa,
una treta del destino,
para retrasar el beso
que venía en camino
desde tus labios de fiebre,
tus labios de olvido,
asesinos de memorias,
de fechas y del frío
que amenaza con morderme
tan adentro del alma,
que el corazón se hiela
presa de una alarma
que es...

... no volverte a ver,
a ti,
princesa de pequeños pies,

... no volverte a ver,
a ti,
amante que sabe arder...

Así que aceleré,
dejé al viejo atrás,
el me dijo: "Malparido,
me las pagarás",
yo hice caso omiso,
me ajusté el cinturón,
y como un suicida
aceleré el motor
hasta el fondo y tan duro
que el sedán ronroneó,
como si dijera:
"vamos vamos qué emoción,
que viva el amor,
para eso son los carros,
para llegar a una meta
de abrazos y de labios".
Así que me hice viento,
me hice huracán,
anduve como el rayo
que al árbol quemará
con sus luces de violencia,
violencia que es pasión,
veremos como ardemos
cuando estemos juntos
tu y yo,

... y te besaré,
a ti,
mujer que borra mi dolor,

... y te abrazaré,
a ti,
mujer que es pasión y candor.

Continué con mi camino,
las latas sacudidas
de mi auto viejo y chico
en el que te hice mía.
Sudaba de locura,
sudaba como enfermo,
el pecho me latía,
me latía me latía me latía
me latía me latía me latía
como un yunque
al que azota el martillo
el martillo de tu amor,
pequeña, tus caricias
valen más de un millón,
de euros,
de pesos,
el oro de tus besos,
me compra a mí la vida
cuando el mundo me hace preso.
Cuando el azar de los días
amenaza con perderme,
aparecen tú y tus piernas,
joder, voy a perderme!
Te decía que latía,
latía el corazón,
su fuerza me hizo bólido
en revolución,
Fui Alejo,
El Napo,
Un Buda al volante,
viajando hacia el Nirvana,
de tus ojos de amante

y tu adiós...
... es algo que no aceptaré,

tu adiós...
...es algo que jamás tendré.

Llegué hasta la esquina
en que el camión ardía.
Bajé de mi auto chico,
corrí como la vida
de un suicida en el Empire,
corrí como un obseso,
cuando vi tu zapato
grité como un poseso.
Era el rojo,
el que te di,
el martes tres de Abril,
el día en que me diste
finalmente ese sí.
Y allí estabas tú,
tendida en la acera,
tu rostro ensangrentado,
estabas prisionera
de la muerte que venía,
contra la que luché
corrí hacia tu rostro
y a tu aliento encontré,
"Amada, preciosa"
Te llamé en mi agonía.
Abriste tus ojitos
y dijiste: "Qué alegría,
Te pusiste la corbata,
que te regalé,
pensé que no querías
lucirla en el Buffet...".
Y lloré...

Lloré,
porque te marchabas sin mí.

Lloré,
porque me dejabas sin ti...

"Te quiero, te quiero",
dije al borde del abismo,
tus ojos se apagaron,
tu aliento se hizo fino.
Llego un tombo y me tomó
para sacarme de allí,
yo le dije "puta madre,
lárgate de aquí"
Entonces me arrancaron
a la fuerza de tu cuerpo,
los forenses decidieron
que el sueño había muerto
y sentí que la agonía
era una simple palabra
incapaz de hacer justicia
con lo que ocurría en mi alma.
Así que estoy aquí,
solo en nuestra pieza,
todo es tan siniestro,
todo es tu ausencia.
Y escribo
Y canto
Para no enloquecer,
cuando el amor se muere
mejor correr y arder

...sin ti,
arder en las vías del tren.

...sin ti,
arder como hereje sin fe!

Te extraño,
preciosa,
dadora de alegría.
Espero que el suicidio
me devuelva tu sonrisa...

...
...
...

PAM!

sábado, 20 de marzo de 2010

Literatura de Tesis

Nota breve sobre la Literatura de Tesis:

Compromiso era lo que Sartre reconocía en la literatura, en la buena literatura. Compromiso y responsabilidad con las palabras. Sin embargo, no hay que olvidar que Sartre fue un hombre que padeció la peor de las guerras en la Historia de la Humanidad, que, entre otras cosas, es una Historia de Guerras.

La literatura, como todas las otras formas de expresión del alma humana, requiere cierto nivel de generosidad. ¿Por qué? Porque nadie escribe para leerse a sí mismo: raras veces, cuando es un genio o un narciso, el escritor o la escritora emplean el papel como espejo y no como pantalla.

Esa generosidad que obliga al escritor con su labor (y lo obliga porque es su voz la que habla, su voz "libre" y no otra), es quizá la que logra el estallido de gratitud que sentimos, el afán de más, cuando concluimos una obra capaz de conmovernos.

La generosidad de un escritor engendra la gratitud del lector y viceversa: cuando se escribe se planea, a conciencia o no, una cita futura, una cita del lector con las palabras que un hombre o una mujer han pensado, medido y orquestado en soledad (de ahí que la soledad del escritor sea multitudinaria: en el momento que escribe, está con todos sus futuros lectores).

El encuentro de la generosidad y la gratitud es, sospecho, uno de los atributos del hecho estético literario - hace poco leí un poema que me hizo sentir menos solo, porque un hombre lejano en el tiempo y en las circunstancias lo había compuesto, sin sospecharlo, para que yo lo leyera en ese momento; el ejercicio libre de su escritura, en una época carente de portátiles, procesadores de texto o correo electrónico, fue mi compañía.

Ahora, solo quien escribe libremente puede ser generoso. Cuando hablo de "libertad" no me refiero a una libertad condicionada por el medio (porque Cervantes escribió preso el relato de un loco libre - o quizá un loco ligeramente esclavizado por la literatura -), sino a una libertad de hecho, a una voluntad manifiesta en un acto destinado a engendrar una obra que será vista por ojos ajenos y desconocidos. La libertad del escritor es lo que articula su lenguaje, que no es otra cosa que sus experiencias, sus saberes, su percepción de los seres y de las cosas, hechos palabras; la libertad del escritor es su ejercicio, la toma de decisión, lo que hace que no dedique su tiempo libre a otra cosa diferente al ejercicio del símbolo y el ritmo.

La libertad es un atributo del escritor, como lo es la insensibilidad para el soldado eficiente.

Ahora bien, la libertad es un valor relativo: solo somos tan libres como podamos ser, por encima de nuestros prejuicios, nuestras condiciones de vida, la opinión, el género, la raza, la nacionalidad, la ideología; y en este punto no quisiera ser malinterpretado, porque cuando digo "por encima de" no digo "ajeno a", es decir, el escritor vive en un lugar determinado del mundo, un lugar que lo determina a su vez como ser humano, como cuerpo integrante del universo, un lugar que forja al hombre de letras que es, y si el escritor NO JUZGA AQUEL LUGAR QUE LE ES DESTINADO, jamás logrará juzgarse a sí mismo. Jamás logrará trascender (en el sentido en que un secuestrado trasciende su dolor al reencontrarse con la humanidad que le fue negada).

La única libertad absoluta es la libertad bruta, carente de reflexión, la libertad de las bestias, los corales y las piedras. Pero esta no es la libertad que nos dimensiona, porque cada uno de nosotros, cada ser humano, elige ser en el eterno presente de los días. Por eso el suicidio es una forma encubierta de homicidio: nadie elije matarse cuando vive feliz y a la felicidad la condiciona el ambiente; un ambiente nefasto engendra tendencias nefastas en el hombre; un ambiente nefasto es el resultado de los actos de otros hombres que eligen por la mayoría, sin preguntar, sin tener en cuenta el parecer de sus semejantes (existe un hombre en Colombia, un hombre adulto, que eligió comprar armas a los israelíes en lugar de comprar libros para los niños y las niñas; es un hombre que procedió libremente y ese acto en el que demostró sus inclinaciones y su vileza es lo que lo condena: él eligió ser condenado).

El ejercicio de su propia libertad, la elección de dedicar el tiempo a las palabras, a la forja de un encuentro futuro con el lector, define el oficio de todo escritor, por mala o buena que sea su obra, y en este punto preciso es donde se entrevé la naturaleza del arte de la crítica: solo una mujer o un hombre que hayan trascendido pueden juzgarse a sí mismos de la misma forma como los juzgan lo demás, porque son capaces de verse, gracias al libre ejercicio de la compasión, con ojos ajenos; lo que opera en sentido contrario: solo una mujer o un hombre capaces de juzgarse libremente a sí mismos son capaces de juzgar libremente a los demás. De ahí la universal validez y la doble proposición del aforismo griego conócete a ti mismo, porque esa es la única exigencia: solo nos podemos conocer a nosotros mismos a través de los ojos de los demás, solo podemos conocer a los demás ejercitando la compasión, solo podemos ejercitar la compasión viviendo en sociedad, solo el hombre que vive en sociedad está en capacidad de juzgar a sus semejantes. Quien es capaz de juzgar libremente trasciende, y cabe recordar que Cristo predicó en las calles.

La Palabra, el Verbo, es una herramienta poderosa. Lo ha sido más cuando más libre es el espíritu humano de la época. En tiempos de la Revolución Francesa, pese al carácter burgués de su gesta, una novela podía ser un acto. El escritor era un saltimbanqui entre la Bastilla, el Motín y la Gloria.

Hago referencia a otro periodo histórico: fue un hombre de letras, un humanista, un escritor, quien consignó el espíritu del Renacimiento: "El hombre es el arquitecto de su propio destino: puede ascender como los dioses o descender como los animales" (Giovani Pico de la Mirandola).

Cualquier texto, por más profético que desee hacerlo su autor, está contextualizado; es el resultado de la relación de un hombre o una mujer consigo, con los demás y con el ambiente. Cada cuento, cada ensayo, cada novela son expresiones ubicadas en un tiempo y un espacio particulares, los del autor, así refieran hechos antiguos o futuros. Así hablen del Ruiseñor o la Rosa. Así narren la dicha de un hombre amoral en Roma, o una desventura merecedora de aplausos divinos, como la de Job, o la angustia de un taxista en Cali.

Cualquier texto es la medida de su autor. El autor está definido por lo que escribe, no es ni mejor ni peor que sus textos: Gogol retrata seres que desprecia para recordarnos lo viles y absurdos que somos; Ionesco inutiliza al lenguaje y al hombre que lo emplea; Becket nos juzga y nos condena (Becket es para mí un hombre trascendente, cuando digo Becket, digo, la obra de Becket). ¿Qué lector que repase la biografía de Whitman puede sospechar al héroe total de Leaves of Grass? Probablemente ninguno (o uno infinitamente curioso), porque las verdaderas biografías de un autor son sus obras.

¿Acaso alguien olvida que Gabriel García Márquez le sirvió a Andrés Pastrana en su campaña presidencial?

Pero no por eso Cien Años de Soledad deja de ser universal y contundente.

Ninguno de los autores que he citado (entre los que solo Sartre, Becket y Ionesco comparten el mismo tiempo), sospecho, imaginó que un joven de Santiago de Cali, una ciudad tan llena de huecos en sus calles como en el alma de quienes la habitan (porque una ciudad es reflejo de sus habitantes), los citara en un texto que iba dirigido, con premeditación, a quienes como él prefieren el goce literario al goce del reguetton.

NINGÚN AUTOR SOSPECHA EL ALCANCE DE SU OBRA. O lo que es lo mismo: NINGÚN AUTOR SOSPECHA LA MORALIDAD QUE HAY EN SU OBRA.

Ludwig Witgenstein escribe el Tractatus para que yo lo interpretara en una obra de teatro. Ludwig Witgenstein escribe en las trincheras, en el faro de un navío, en el azar y la violencia de la Primera Guerra Mundial, a la que asistió voluntariamente, libremente, otro libro: un diario en el que consigna su homosexualidad, su desazón, la insignificancia de la Filosofía Occidental, una "filosofía gramatical", mientras folla con soldados germanos y las bombas estallan sobre sus cabezas; y a la vez, escribe un libro como el Tractatus, capaz de iniciar una corriente filosófica centrada en lo particular del lenguaje y su limitado alcance en épocas en donde se ha convertido en un medio erosionado.

La literatura es un arte. El arte es un medio de expresión de los misterios del alma humana. Un misterio es algo que no se devela, porque de hacerlo, pierde su naturaleza, es decir, deja de ser. Ha existido literatura desde hace mucho o bien porque son muchos los misterios del alma humana, o bien porque son pocos e imposibles de dilucidar.

La literatura no es una fórmula, como la física, para develarnos. Es solo un intento. Por eso el poema no ha dejado de escribirse. Por eso Macbeth puede ser un ex-gobernador de Antioquia. Por eso escribimos, intentamos, solo intentamos, y si certezas fueran lo que dejan las palabras hacía mucho tiempo atrás habríamos dejado de usarlas con tanta ternura, con tanta desesperación, con tanta inocencia y orfandad.

Las palabras, como todo intento, son un salto mortal hacia el vacío.



P.S. Una confidencia: Shakespeare retrata los celos del hombre y yo, 400 años después, temo por la mujer que partió al Iberoamericano de Teatro sin mí, principalmente, porque es hermosa, fresca y capaz de reconfortarme, y no quisiera dejar de limpiar sus lagañas en la mañana.

martes, 17 de noviembre de 2009

Eclipse de Mujer

Tenía que llegar rápido a la casa de mi padre para que los espaguetis a la boloñesa no se aburrieran de esperarme. Corrí hacia un paradero del MIO en la Sexta A, frente a un castillo abandonado cuyo sótano es una laguna de hediondez de metro y medio de profundidad. El bus azul pasó más rápido de lo normal y no se detuvo en el dichoso paradero, sino en el próximo, por lo que tuve que correr y madriar entre dientes hasta alcanzarlo. Subí. El bus azul me llevó sin novedades hasta la estación, en donde esperé por el alimentador junto a un muchacho con un arete dorado en la oreja y unos audífonos rojos en los oídos. No sé porqué me fijo en estas estupideces. El caso es que la ruta T31 del MIO llegó, yo la abordé, y por fortuna encontré un puesto vacío. Todo indicaba que iba a ser un viaje más, con la cara mustia y el deseo de estar en cualquier otra parte. El MIO se llenó a las tres estaciones y, cuando creí que lo mejor era cerrar los ojos y fantasear, la vi...
Primero a su cabello, al cabello más rojo y más hermoso que he visto en mi vida, e incluyo en mi juicio a todos los cabellos rojos que he visto en vivo, en tv, en cine o en la web. Era el "Cabello Rojo", o lo más cercano que había a su definición ideal. Luego vi su rostro, su rostro blanco abundante en pecas. Sus ojos tímidos, casi temerosos. Sus labios... DIOS!
Alguna crueldad hizo que la mujer que se encontraba a mi lado se parara y que la Belleza que había ingresado al MIO se sentara junto a mí. Y como el sol ya caminaba hacia occidente y su luz se estrellaba contra la ventanilla del bus, perfilaba a la mujer de cabello rojo y le regalaba un aura dorada a toda ella, yo estaba que me mordía un codo, que gritaba de desesperación, porque solo podía pensar en esa mujer y en nada más en el mundo. Yo, que casi siempre pienso en catorce idioteces al tiempo, no podía creer que una aparición me esclavizara imaginación, gusto y coraje.
En fin...
Una estación más se subió al MIO una señora con un niño pequeño. Como no había puesto disponible (el que se supone deben ocupar los niños y sus madres estaba ocupado por un adolescente al que le quería moler las bolas a pata), le cedí mi puesto a la pareja. El niño me sonrió, la madre me sonrió y la mujer de cabello rojo... también. Casi amé al adolescente por brindarme esa oportunidad de ver la sonrisa más hermosa del mundo.
Así que continué el viaje de pie, con una perspectiva en picada que me permitía observar cómo la mujer de cabello rojo mordía sus labios, porque los creía resecos pero no lo estaban (de hecho eran una selva tropical de rosados y rojos y yo deseando deforestarlos), y los mordía con una inocencia y una indiferencia que la hacían tan sensual como un helado en el desierto.
Me estaba desesperando. Qué hacer? Qué decirle? No soy precisamente un hombre apuesto y mi apariencia no inspira precisamente confianza desde el primer momento. Y como en Colombia nos educan para temer las palabras de todo extraño… Así que solo esperé.
Dos estaciones más la madre y el niño bajaron del MIO y yo recuperé mi asiento junto a la maravilla. La miraba de soslayo, tratando de capturar cada peca, cada espacio de luz entre la comisura de sus labios, el perfil de su nariz, ella era un eclipse en la luz de la tarde caleña y yo estaba tan lleno de decirle "hermosa" que estaba a punto de vomitar la palabras.
Tomé aire y valor, conté hasta diez y le dije: "disculpe, señorita. Tengo que decirle que usted es una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida. Se lo he querido decir desde que subió al bus pero no había reunido valor suficiente para hacerlo. Solo quería decírselo". Ella me dijo gracias dos veces y sonrió. Noté cómo se sonrojaba esa piel blanca entre las pecas y por alguna razón quise beber malteada de fresa con chips de chocolate.
Guardé silencio hasta que llegamos a la última estación del viaje: Universidades. Ella y yo bajamos del MIO. Nuestras miradas no se volvieron a cruzar. La vi salir de la estación sin voltear la vista, con su atuendo de matices morados y la pluma que adornaba su cabello y toda ella más bella aun que cuando la tenía tan cerca.
Me sentí más imbécil que muchas veces. Creo que solo me he sentido así cinco veces en mi vida. Ella cruzó la calle y se perdió en una curva.
Yo dejé de mirar hacia ella. Ya no estaba ahí, solo en mi memoria la tenía. Di media vuelta y corrí hacia el bus alimentador que me llevaría hacia mi padre y sus espaguetis a la boloñesa.
Escribo estas líneas para no matar su recuerdo. Quién sabe, dicen que el mundo es un pañuelo. Quizá algún día, un cabello rojo, unos labios de selva húmeda y su piel sudando junto a la mía.
Espero.