miércoles, 9 de junio de 2010

La Venia Obligada

Una de las principales aficiones del hombre, cuando se pasea por las calles, es la de observar traseros femeninos. Tal parece que, en la mayoría de los casos, existe un secreto vínculo entre los traseros y los ojos. Un vínculo nervioso e invisible (quizá se deba al hecho de que antes la vagina y el orto lindaban más que en la actualidad, quiero decir, la pose del misionero nos hizo mirarnos de tu a tu y la vagina se fue desplazando). En la calle se observan traseros de todo tipo: espigados, obesos, rítmicos, abollonados, etc. Si se es ocioso, se podría llegar a calificar a los traseros con falsos latinazgos: gluteus caidus, nalgaciius femine abultatis, maximus pompus, asteriscos morenus, o cualquier otra ocurrencia. Lo traseros femeninos son, en suma, una predilección del ojo masculino, o, en otras palabras, el destino obligado de la mirada de un macho. Incluso hay quienes se han visto obligados a trascender las posibilidades de sus músculos del cuello, al mejor estilo de El Exorcista, ante un trasero que convoca no solo ojos sino húmedos ensueños: un trasero puede hacerle perder al hombre el control de su vehículo; un trasero puede generar un alegato inaguantable si el hombre, animal casado, no se ha adiestrado en el arte del disimulo, mientras camina junto a su querida, quien, en la mayoría de los casos, posee un trasero a punto de rozarle los talones; un trasero puede ocasionarle la muerte a mano armada a un hombre si le pertenece a una de esas mujeres que a su vez le pertenecen a un prototipo de macho demasiado abundante para mi gusto: el traqetus vulgaris; un trasero puede ser juvenil y estar velado solo por esas faldas colegialas de a cuadros, que se han convertido en utilería obligada en las películas porno; o puede ser maduro, como una fruta, y su cáscara puede ser de lino: una turgente cáscara que recubre el objeto de nuestro apetito; o puede estar semi-descubierto, dejando en evidencia la famosa "alcancía" o bien un retacito de tanga, que promete ser bastante pequeña, sin encaje, recubriendo tímidamente el Monte d' Felpa. Además, existe una prenda eminente que recubre a lo traseros y los transforma, de inmediato, en objeto de múltiples miradas: el jean, sobre todo el que carece de bolsillos, y que funciona como una especie de máquina de ampliación que homologa al trasero según los criterios estéticos de los diseñadores del momento. En la actualidad, el trasero goza de un sin fin de aditamentos que le proporcionan a la mujer la tan deseada sensación de seguridad (aunque sea falsa, que la verdad hoy por hoy solo le importa a los idealistas y los idealistas ni siquiera a H. Bloom le importan), como si no solo los ojos y los traseros estuvieran ligados, sino también los traseros y el ánimo, como quien dice: traseros arriba, ánimo arriba. Existen traseros parcialmente peludos, surcados por estrías, granosos, venosos o arrugados, que al ser sometidos al tacto ofrecen distinciones mucho más elaboradas: por ejemplo, un trasero puede ser granoso, pero si ha sido usado en un MIO durante una hora pico, puede estar caliente; en cambio, si acaba de salir de la ducha, puede estar frío (y tenso, con los poros cerrados y la piel hirsuta). En general, es extraño que esa porción carnosa de la anatomía femenina, asociada con las jeringas, las hemorroides y la mierda, enloquezca tan a menudo al hombre, quien, entre otras cosas, siempre se ha considerado a sí mismo como un animal de mirada más elevada. Pero ya ven ustedes, solo hace falta un trasero, o su visual insinuación, para hacernos agachar la cabeza.