sábado, 20 de marzo de 2010

Literatura de Tesis

Nota breve sobre la Literatura de Tesis:

Compromiso era lo que Sartre reconocía en la literatura, en la buena literatura. Compromiso y responsabilidad con las palabras. Sin embargo, no hay que olvidar que Sartre fue un hombre que padeció la peor de las guerras en la Historia de la Humanidad, que, entre otras cosas, es una Historia de Guerras.

La literatura, como todas las otras formas de expresión del alma humana, requiere cierto nivel de generosidad. ¿Por qué? Porque nadie escribe para leerse a sí mismo: raras veces, cuando es un genio o un narciso, el escritor o la escritora emplean el papel como espejo y no como pantalla.

Esa generosidad que obliga al escritor con su labor (y lo obliga porque es su voz la que habla, su voz "libre" y no otra), es quizá la que logra el estallido de gratitud que sentimos, el afán de más, cuando concluimos una obra capaz de conmovernos.

La generosidad de un escritor engendra la gratitud del lector y viceversa: cuando se escribe se planea, a conciencia o no, una cita futura, una cita del lector con las palabras que un hombre o una mujer han pensado, medido y orquestado en soledad (de ahí que la soledad del escritor sea multitudinaria: en el momento que escribe, está con todos sus futuros lectores).

El encuentro de la generosidad y la gratitud es, sospecho, uno de los atributos del hecho estético literario - hace poco leí un poema que me hizo sentir menos solo, porque un hombre lejano en el tiempo y en las circunstancias lo había compuesto, sin sospecharlo, para que yo lo leyera en ese momento; el ejercicio libre de su escritura, en una época carente de portátiles, procesadores de texto o correo electrónico, fue mi compañía.

Ahora, solo quien escribe libremente puede ser generoso. Cuando hablo de "libertad" no me refiero a una libertad condicionada por el medio (porque Cervantes escribió preso el relato de un loco libre - o quizá un loco ligeramente esclavizado por la literatura -), sino a una libertad de hecho, a una voluntad manifiesta en un acto destinado a engendrar una obra que será vista por ojos ajenos y desconocidos. La libertad del escritor es lo que articula su lenguaje, que no es otra cosa que sus experiencias, sus saberes, su percepción de los seres y de las cosas, hechos palabras; la libertad del escritor es su ejercicio, la toma de decisión, lo que hace que no dedique su tiempo libre a otra cosa diferente al ejercicio del símbolo y el ritmo.

La libertad es un atributo del escritor, como lo es la insensibilidad para el soldado eficiente.

Ahora bien, la libertad es un valor relativo: solo somos tan libres como podamos ser, por encima de nuestros prejuicios, nuestras condiciones de vida, la opinión, el género, la raza, la nacionalidad, la ideología; y en este punto no quisiera ser malinterpretado, porque cuando digo "por encima de" no digo "ajeno a", es decir, el escritor vive en un lugar determinado del mundo, un lugar que lo determina a su vez como ser humano, como cuerpo integrante del universo, un lugar que forja al hombre de letras que es, y si el escritor NO JUZGA AQUEL LUGAR QUE LE ES DESTINADO, jamás logrará juzgarse a sí mismo. Jamás logrará trascender (en el sentido en que un secuestrado trasciende su dolor al reencontrarse con la humanidad que le fue negada).

La única libertad absoluta es la libertad bruta, carente de reflexión, la libertad de las bestias, los corales y las piedras. Pero esta no es la libertad que nos dimensiona, porque cada uno de nosotros, cada ser humano, elige ser en el eterno presente de los días. Por eso el suicidio es una forma encubierta de homicidio: nadie elije matarse cuando vive feliz y a la felicidad la condiciona el ambiente; un ambiente nefasto engendra tendencias nefastas en el hombre; un ambiente nefasto es el resultado de los actos de otros hombres que eligen por la mayoría, sin preguntar, sin tener en cuenta el parecer de sus semejantes (existe un hombre en Colombia, un hombre adulto, que eligió comprar armas a los israelíes en lugar de comprar libros para los niños y las niñas; es un hombre que procedió libremente y ese acto en el que demostró sus inclinaciones y su vileza es lo que lo condena: él eligió ser condenado).

El ejercicio de su propia libertad, la elección de dedicar el tiempo a las palabras, a la forja de un encuentro futuro con el lector, define el oficio de todo escritor, por mala o buena que sea su obra, y en este punto preciso es donde se entrevé la naturaleza del arte de la crítica: solo una mujer o un hombre que hayan trascendido pueden juzgarse a sí mismos de la misma forma como los juzgan lo demás, porque son capaces de verse, gracias al libre ejercicio de la compasión, con ojos ajenos; lo que opera en sentido contrario: solo una mujer o un hombre capaces de juzgarse libremente a sí mismos son capaces de juzgar libremente a los demás. De ahí la universal validez y la doble proposición del aforismo griego conócete a ti mismo, porque esa es la única exigencia: solo nos podemos conocer a nosotros mismos a través de los ojos de los demás, solo podemos conocer a los demás ejercitando la compasión, solo podemos ejercitar la compasión viviendo en sociedad, solo el hombre que vive en sociedad está en capacidad de juzgar a sus semejantes. Quien es capaz de juzgar libremente trasciende, y cabe recordar que Cristo predicó en las calles.

La Palabra, el Verbo, es una herramienta poderosa. Lo ha sido más cuando más libre es el espíritu humano de la época. En tiempos de la Revolución Francesa, pese al carácter burgués de su gesta, una novela podía ser un acto. El escritor era un saltimbanqui entre la Bastilla, el Motín y la Gloria.

Hago referencia a otro periodo histórico: fue un hombre de letras, un humanista, un escritor, quien consignó el espíritu del Renacimiento: "El hombre es el arquitecto de su propio destino: puede ascender como los dioses o descender como los animales" (Giovani Pico de la Mirandola).

Cualquier texto, por más profético que desee hacerlo su autor, está contextualizado; es el resultado de la relación de un hombre o una mujer consigo, con los demás y con el ambiente. Cada cuento, cada ensayo, cada novela son expresiones ubicadas en un tiempo y un espacio particulares, los del autor, así refieran hechos antiguos o futuros. Así hablen del Ruiseñor o la Rosa. Así narren la dicha de un hombre amoral en Roma, o una desventura merecedora de aplausos divinos, como la de Job, o la angustia de un taxista en Cali.

Cualquier texto es la medida de su autor. El autor está definido por lo que escribe, no es ni mejor ni peor que sus textos: Gogol retrata seres que desprecia para recordarnos lo viles y absurdos que somos; Ionesco inutiliza al lenguaje y al hombre que lo emplea; Becket nos juzga y nos condena (Becket es para mí un hombre trascendente, cuando digo Becket, digo, la obra de Becket). ¿Qué lector que repase la biografía de Whitman puede sospechar al héroe total de Leaves of Grass? Probablemente ninguno (o uno infinitamente curioso), porque las verdaderas biografías de un autor son sus obras.

¿Acaso alguien olvida que Gabriel García Márquez le sirvió a Andrés Pastrana en su campaña presidencial?

Pero no por eso Cien Años de Soledad deja de ser universal y contundente.

Ninguno de los autores que he citado (entre los que solo Sartre, Becket y Ionesco comparten el mismo tiempo), sospecho, imaginó que un joven de Santiago de Cali, una ciudad tan llena de huecos en sus calles como en el alma de quienes la habitan (porque una ciudad es reflejo de sus habitantes), los citara en un texto que iba dirigido, con premeditación, a quienes como él prefieren el goce literario al goce del reguetton.

NINGÚN AUTOR SOSPECHA EL ALCANCE DE SU OBRA. O lo que es lo mismo: NINGÚN AUTOR SOSPECHA LA MORALIDAD QUE HAY EN SU OBRA.

Ludwig Witgenstein escribe el Tractatus para que yo lo interpretara en una obra de teatro. Ludwig Witgenstein escribe en las trincheras, en el faro de un navío, en el azar y la violencia de la Primera Guerra Mundial, a la que asistió voluntariamente, libremente, otro libro: un diario en el que consigna su homosexualidad, su desazón, la insignificancia de la Filosofía Occidental, una "filosofía gramatical", mientras folla con soldados germanos y las bombas estallan sobre sus cabezas; y a la vez, escribe un libro como el Tractatus, capaz de iniciar una corriente filosófica centrada en lo particular del lenguaje y su limitado alcance en épocas en donde se ha convertido en un medio erosionado.

La literatura es un arte. El arte es un medio de expresión de los misterios del alma humana. Un misterio es algo que no se devela, porque de hacerlo, pierde su naturaleza, es decir, deja de ser. Ha existido literatura desde hace mucho o bien porque son muchos los misterios del alma humana, o bien porque son pocos e imposibles de dilucidar.

La literatura no es una fórmula, como la física, para develarnos. Es solo un intento. Por eso el poema no ha dejado de escribirse. Por eso Macbeth puede ser un ex-gobernador de Antioquia. Por eso escribimos, intentamos, solo intentamos, y si certezas fueran lo que dejan las palabras hacía mucho tiempo atrás habríamos dejado de usarlas con tanta ternura, con tanta desesperación, con tanta inocencia y orfandad.

Las palabras, como todo intento, son un salto mortal hacia el vacío.



P.S. Una confidencia: Shakespeare retrata los celos del hombre y yo, 400 años después, temo por la mujer que partió al Iberoamericano de Teatro sin mí, principalmente, porque es hermosa, fresca y capaz de reconfortarme, y no quisiera dejar de limpiar sus lagañas en la mañana.

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