martes, 17 de noviembre de 2009
Eclipse de Mujer
Primero a su cabello, al cabello más rojo y más hermoso que he visto en mi vida, e incluyo en mi juicio a todos los cabellos rojos que he visto en vivo, en tv, en cine o en la web. Era el "Cabello Rojo", o lo más cercano que había a su definición ideal. Luego vi su rostro, su rostro blanco abundante en pecas. Sus ojos tímidos, casi temerosos. Sus labios... DIOS!
Alguna crueldad hizo que la mujer que se encontraba a mi lado se parara y que la Belleza que había ingresado al MIO se sentara junto a mí. Y como el sol ya caminaba hacia occidente y su luz se estrellaba contra la ventanilla del bus, perfilaba a la mujer de cabello rojo y le regalaba un aura dorada a toda ella, yo estaba que me mordía un codo, que gritaba de desesperación, porque solo podía pensar en esa mujer y en nada más en el mundo. Yo, que casi siempre pienso en catorce idioteces al tiempo, no podía creer que una aparición me esclavizara imaginación, gusto y coraje.
En fin...
Una estación más se subió al MIO una señora con un niño pequeño. Como no había puesto disponible (el que se supone deben ocupar los niños y sus madres estaba ocupado por un adolescente al que le quería moler las bolas a pata), le cedí mi puesto a la pareja. El niño me sonrió, la madre me sonrió y la mujer de cabello rojo... también. Casi amé al adolescente por brindarme esa oportunidad de ver la sonrisa más hermosa del mundo.
Así que continué el viaje de pie, con una perspectiva en picada que me permitía observar cómo la mujer de cabello rojo mordía sus labios, porque los creía resecos pero no lo estaban (de hecho eran una selva tropical de rosados y rojos y yo deseando deforestarlos), y los mordía con una inocencia y una indiferencia que la hacían tan sensual como un helado en el desierto.
Me estaba desesperando. Qué hacer? Qué decirle? No soy precisamente un hombre apuesto y mi apariencia no inspira precisamente confianza desde el primer momento. Y como en Colombia nos educan para temer las palabras de todo extraño… Así que solo esperé.
Dos estaciones más la madre y el niño bajaron del MIO y yo recuperé mi asiento junto a la maravilla. La miraba de soslayo, tratando de capturar cada peca, cada espacio de luz entre la comisura de sus labios, el perfil de su nariz, ella era un eclipse en la luz de la tarde caleña y yo estaba tan lleno de decirle "hermosa" que estaba a punto de vomitar la palabras.
Tomé aire y valor, conté hasta diez y le dije: "disculpe, señorita. Tengo que decirle que usted es una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida. Se lo he querido decir desde que subió al bus pero no había reunido valor suficiente para hacerlo. Solo quería decírselo". Ella me dijo gracias dos veces y sonrió. Noté cómo se sonrojaba esa piel blanca entre las pecas y por alguna razón quise beber malteada de fresa con chips de chocolate.
Guardé silencio hasta que llegamos a la última estación del viaje: Universidades. Ella y yo bajamos del MIO. Nuestras miradas no se volvieron a cruzar. La vi salir de la estación sin voltear la vista, con su atuendo de matices morados y la pluma que adornaba su cabello y toda ella más bella aun que cuando la tenía tan cerca.
Me sentí más imbécil que muchas veces. Creo que solo me he sentido así cinco veces en mi vida. Ella cruzó la calle y se perdió en una curva.
Yo dejé de mirar hacia ella. Ya no estaba ahí, solo en mi memoria la tenía. Di media vuelta y corrí hacia el bus alimentador que me llevaría hacia mi padre y sus espaguetis a la boloñesa.
Escribo estas líneas para no matar su recuerdo. Quién sabe, dicen que el mundo es un pañuelo. Quizá algún día, un cabello rojo, unos labios de selva húmeda y su piel sudando junto a la mía.
Espero.
miércoles, 7 de octubre de 2009
A veces estamos solos
Y reímos,
Y lloramos.
A veces nuestros sentimientos se enclaustran
Porque no encuentran destino.
A veces los más cercanos a nosotros se burlan,
Nos humillan,
Desprecian lo poco que somos.
Nuestro padre,
Nuestra madre,
Nuestro hermano,
Nuestra hermana,
Nuestro amigo o amiga,
O el hombre o la mujer que tantas cosas nos han prometido.
A veces el humo del bus nos tapa el rostro,
Y nosotros solo podemos pedalear.
Y cada vez más humo y más negro nuestro rostro y nuestra alma.
Y más fuertes las palabras hirientes.
Y más cólera en nuestro corazón cada vez que se revela nuestra impotencia.
A veces odiamos tanto que deseamos poder apretar el botón y extinguir a la especie.
A veces el mundo es bello,
Casi nunca.
Pero hay atardeceres y montañas y el viento del mar que nos ennoblecen.
A veces anhelamos venganza,
Sangre, dolor, muerte.
Pocas veces perdonamos.
A veces quisiéramos ser otro,
Otro tiempo, otro espacio.
Pero lo que nos rodea es nuestro mundo,
Y solo nuestros actos podrán hacerlo diferente.
Y al final,
Cuando ya no importe mañana, ayer o presente,
Solo quedará en esta tierra el eco de nuestros actos.
Es lo único que seremos.
viernes, 2 de octubre de 2009
Secuestro
martes, 9 de junio de 2009
Los de hoy en día...
jueves, 21 de mayo de 2009
La Verga de Dios
Pregunté a Campoelías: "Si en la cúspide de la verga de Dios los jovenes deben probar su hombría, ¿en dónde se hacen mujeres las jóvenes?". Campoelías contestó: "En donde les toque. A ellas la sangre les anuncia el cuándo. No necesitan de tanto teatro como los hombres."
Un sabio árabe dijo que "... el campo de batalla es el tablero y nosotros somos las piezas. Los dioses juegan sobre las nubes.".
Recuerdo todas las batallas, que no han sido mías, que me lega la literatura. Recuerdo algunos de los personajes que he interpretado en las tablas (Hector Hushabye, Ludwig Wittgenstein, Walter Colt, Fileno, Zampoña) y ansío todos los roles que aun no he interpretado en la vida (ladrón de arte, Hitman, amante de 100 mujeres, campesino).
No he escalado un Wualkalá; no he padecido una luna entera de hambre; desconozco qué Dios mueve esta ficha de carne y cuál será el rol que mañana vestirá mi banalidad. Pero se que de todos los roles que el destino me depara uno me es más caro que el resto: ser quien descienda a la Vagina de la Diosa para permanecer una luna saciando su apetito.
martes, 19 de mayo de 2009
Ismos
viernes, 15 de mayo de 2009
Los nuevos Test
jueves, 14 de mayo de 2009
Sobre The Martian Chronicles
lunes, 11 de mayo de 2009
Cataclismo
La palabra prefigura un horror capaz de aniquilar de forma absoluta. La causa varía: un diluvio universal, la explosión de un volcán, un terremoto continental, la caída a la tierra de un cuerpo celeste, etc. Entre todas las causas que la tradición enumera una de ellas es ejemplar, aquella generada por la propia humanidad, cuyos intentos no han sido pocos. En las páginas del libro incesante, que es la literatura, varios han sido los intentos de aniquilación del hombre: los horrores de todas las batallas finales de todas las mitologías (Ragnarok, Armagedon, etc.), los horrores venidos del espacio que amenazan con erradicar la vida humana (La Guerra de los Mundos, V la Batalla Final, Tropas del Espacio, etc.), los horrores venidos del bosque o de la gruta distante, en donde se gestan ejércitos invencibles (El Señor de los Anillos, Crónicas de Narnia, La Historia sin Fin, etc.), las décadas de un genocidio en vilo que la historia llamó Guerra Fría. Este último quizá nos toque de manera reverencial debido a su cercanía en el tiempo y en el espacio: imagino una bomba atómica (nunca he visto una) e imagino su nube devastadora arrasando las montañas que circundan a Cali. Tal horror es merecedor de reprobación. Para un dios que desea hacer arte con el mundo, es sublimidad.